B U R E A U O F P U B L I C S E C R E T S |
(Conferencia de Ken Knabb, Public Secrets, Éditions Sulliver, 2007)
Los Estados Unidos son muy diferentes de Europa, siendo a la vez su quintaesencia. No hay nada de sorprendente en esto puesto que se han constituido mediante una emigración continuada de poblaciones y de ideas europeas, que precisamente no encontraban su lugar en su país de origen. Los Estados Unidos están formados por lo que era inadmisible en Europa. Es la síntesis de todos los excesos europeos.
Sin embargo, este extremismo americano toma el aspecto de una cierta ponderación comparado con Europa en donde las tentaciones están tradicionalmente más orientadas a cortar a todo el mundo bajo el mismo patrón. E pluribus unum (de una pluralidad la unión) se mantiene como la divisa de los Estados Unidos. La izquierda americana parece por tanto más radical y más pura que en ninguna otra parte.
El movimiento obrero de los EE.UU. fue también una síntesis de los de Europa. Los principales teóricos y los principales activistas se cruzaron allí a finales del siglo diecinueve, con una emigración muy fuerte rechazada por las represiones europeas o por la miseria. No es casualidad que el primero de mayo 1886 de Chicago se haya convertido en una celebración internacional.
Hay otro aspecto generalmente olvidado de los Estados Unidos: provienen de una revolución que nunca fue aplastada. Es muy diferente de los países de Europa, que se dividen en tres grupos: los que han conocido cambios profundos antes pero con principios constitucionales menos firmemente establecidos (Países Bajos, Suiza, Gran Bretaña); los que han vivido ciclos de revoluciones y contrarrevoluciones, como Francia; y los que han llegado a “regímenes democráticos muy tarde, y a menudo bajo influencia extranjera. La revolución aparece como un punto crítico bajo el cual nada es posible; y el reformismo, como su alternativa. La consigna de los IWW, To build the new world in the shell of the old (construir el nuevo mundo en el cascarón del antiguo), denota un estado de ánimo más original.
Por otra parte, los Estados Unidos dieron durante mucho tiempo la impresión de ser culturalmente primitivos. No es que faltaran realmente grandes autores, grandes filósofos o grandes artistas (Walt Whitman [1819-1892], Henry David Thoreau [1817-1862], Ralph Waldo Emerson [1803-1882], Charles Sanders Peirce [1839-1914], William James [1842-1910]), sino que la cultura ha mantenido un poco este mismo sabor salvaje del nuevo mundo. Concord, la capital de la cultura americana, solo era una aldea rural, situada a dos pasos de tribus neolíticas.
La cultura, el pensamiento, la crítica social en los Estados Unidos son salvajes, casi tanto como en Europa son urbanas, en las aceptaciones las más opuestas de los términos. Kenneth Rexroth, uno de los padres de esta contracultura, y el hombre que tuvo seguramente la influencia más importante sobre Ken Knabb, fue el representante mismo de esta América. Formó parte de los IWW, trabajó de joven como granjero y como leñador, y, como si de este exilio de todas las civilizaciones abriera la puerta de cada una, escribió sobre las manifestaciones más diversas de la cultura universal.
La Internacional situacionista (IS) llegó a veces a hacer olvidar completamente que nació como vanguardia artística, más o menos directamente en la linea del movimiento surrealista y del grupo COBRA (de las primeras letras de tres ciudades: Copenhague, Bruselas, Amsterdam). La originalidad de la aportación situacionista consiste en un cambio radical de las relaciones entre el arte y la lucha social. Lo que le llevó al éxito, y también, de manera menos visible, a su fracaso.
¿Su éxito? Sí, en la medida en que algunas posiciones básicas de la IS tenían consecuencias a largo plazo que revolvían las ideas convencionales con una lógica implacable, sensible, al menos intuitivamente. ¿Su fracaso? También, en la medida en que estos esfuerzos corrosivos no modificaron notablemente el sentido de las luchas sociales.
Las relaciones entre el movimiento obrero revolucionario y la cultura siempre fueron ambiguas. Unas veces la cultura es vista como sometida a la clase dominante, inspirando por lo menos desconfianza, otras veces como un santuario, más allá de las divisiones de clase. Unas veces el artista, el intelectual, es sospechoso de ser un “enemigo de clase”; otras veces se espera de él un “compromiso” y que se pueda dar buen uso al carácter universal de la cultura de la que es portador. Sin embargo, no se sabe en qué ni cómo su obra y sus investigacines determinarán tal compromiso.
La postura inicial de la IS se situaba inmediatamente más allá de este doble callejón. ¿Como? Primero criticando el arte como actividad separada; precisamente como un “mercado” del arte, separado de los otros aspectos de la vida, reduciéndose ellos mismos cada vez más a un “mercado”. Esta separación mercantil se vuelve también “espectacular”, quedando cada uno en un papel muy preciso de productor de espectáculo mercantil, o de consumidor, de cliente, de público, de espectador. Luego produciendo obras y una teoría “situacionista”, es decir que no son prisioneros de las situaciones en las que fueron producidos, sino que se enfrentan a ellas y las modifican.
Es en este ultimo punto que el fracaso de la IS es más evidente, puesto que casi nada ha “cambiado”. Pero, ¿“cambiado” en qué forma? Eso también significa que este fracaso es a la vez un éxito: en el carácter tan indigesto de las producciones situacionistas para el “mercado” del arte o de los modos imperantes del pensamiento, que no pueden ni explotarlas ni ocultarlas completamente.
La IS es contemporánea de la Beat Generation y, sin querer reducirlas a dos fenómenos equivalentes, ni tampoco comparables, tienen por lo menos en común el hecho de haber sido las dos aventuras intelectuales más interesantes de los años sesenta. En muchos aspectos, la contracultura americana era ya muy anti-espectacular sin saberlo. Sin embargo llegó a crear su propio espectáculo, con el éxito mundial conocido, al punto de convertirse en un apoyo táctico nada despreciable del imperialismo de EE.UU.
Fue anti-espectacular en el sentido en que apareció inmediatamente como una crítica de la separación de la vida, y no como un aspecto separado, un “mercado; como un modo de vida y de forma de pensar mucho más libre. En eso, igual que con la IS, las fronteras entre compromiso y cultura se mezclaban, así como entre creadores y público. Pero desgraciadamente los limites entre cambiar de vida y cambiar de moda también se mezclaban.
La contracultura americana fue también mucho más popular, mucho más arraigada y cargada de una fuerte poesía de lo cotidiano que en Europa, que sólo se encuentraba en las mejores canciones populares. Se vió favorecida por el hecho de que una cultura de élite nunca existió en Estados Unidos; solamente había una cultura espontánea por un lado, o por el otro una cultura industrial, de masas.
Naturalmente, la cultura francesa (o la europea) difiere mucho de estas imágenes ilusorias de la “cultura de élite, de la cultura de masas, del folclore, o de la rara noción del elitismo de masas. Existe, pero no está identificada. Así la IS, y otros movimientos de este tipo, permanecen en Europa como cosas que no se sabe muy bien en qué estantería colocar, en qué museo, o en qué categoría del saber académico.
Aunque los movimientos estudiantiles de 1968 ofrecieron a la IS cierto público, fue en el más completo malentendido. Ésta, de todas formas, no quebrantó los rígidos marcos de la militancia política y de la cultura, ni derrocó el pontificado del estructuralismo, ni minó las prácticas consumistas.
La contracultura en los Estados Unidos tuvo un impacto mucho más amplio y más profundo que contaminó todos los aspectos de la vida: la lucha de los guetos, las relaciones de clase, la libertad y dignidad de las minorías, la creación artística, literaria, científica y técnica... El más conservador de los ciudadanos de Estados Unidos difícilmente podría negar su aspecto estimulante y regenerador. También sería difícil no ver su disolución en el espectáculo mercantil.
Un viento de libertad y de imaginación sopló sobre la Norteamérica de los años sesenta, y particularmente en la costa oeste. Se resumía en la formula muy concisa: Do it! Es sorprendente que aquella libertad y aquella imaginación hayan llegado a empaquetarse en la industria del espectáculo y que juegue un papel cada vez más importante y estratégico en el mercado global.
Algunas formas marginales de ir tirando generaron modos de vida y economías paralelas hasta modificar de manera profunda los modos dominantes. Incluso el desarrollo del ordenador personal, de Internet y de la programación de software libre no han seguido un camino tan diferente.
La obra de Ken Knabb, Public Secrets, es una de las que comprenden y describen mejor este doble proceso. Por cierto no lo hace como sociólogo o especialista. Las ciencias humanas olvidan que si la observación objetiva es un factor importante del conocimiento, la experiencia lo es aún más, puesto que depende en definitiva de lo que hay que observar. Knabb habla a partir de sus experiencias comprometidas por modestas que sean.
La contracultura americana era anti-espectacular sin saberlo. Eso, Ken Knabb lo sabia. Quería que ella lo supiera también. Su primera acción auténtica fue más bien modesta: la distribución de una octavilla durante una conferencia pública del poeta Gary Snyder, en 1970.
“No necesitamos poetas-sacerdotes, era el titulo así como el contenido. En su obra Public Secrets, cuenta el acontecimiento con la mayor sinceridad. Es evidente que el autor se critica a sí mismo en primer lugar como forofo de Snyder. Y si su crítica tenía que alcanzar su objetivo y hacer evolucionar a alguien, fue a sí mismo en primer lugar.
Estas observaciones podrían ser irónicas. Ken Knabb sin embargo acierta en insistir: no se aprende nada en lo que no se implica una persona personalmente.
Esta elección empírica y subjetiva ha sido en ocasiones mal comprendida llevando a situs y prositus a unas actitudes bastante irritantes de moralistas más de uno se habrá dado cuenta de eso. Este malentendido sólo podía reforzarse aún más con la oposición sin duda radicalmente diametral entre vida y supervivencia que había cultivado la IS, especialmente con el Tratado del sabervivir de Vaneigem.
Todo sistema coercitivo garantiza la supervivencia a cambio de subordinación. Sin embargo el espectáculo mercantil tiene por especificidad ocultar la brutalidad de ese intercambio tras una cultura de pequeños deseos y necesidades que ya no responden a la necesidad de sobrevivir.
Aparece como un punto ciego de las teorías situacionistas. Tiende a hacer de la crítica de la militancia — como actividad separada de la vida — un tipo de anti-moral hedonista — que recuerda a la antigua moral como su contrario. El malentendido viene de los fundamentos de la IS.
La IS fue fundada en 1957 como una vanguardia artística. Estaba formada por pintores, arquitectos, cineastas... A partir de la mitad de los años sesenta, tendió a ocultarlo, y a aparecer como un movimiento de extrema-izquierda un poco más raro que los demás. Lejos de quedar trastornada por esta ambigüedad, la cultivaba mostrándose de manera irónica como vanguardia de la clase obrera.
La IS nació sin embargo de una ruptura con el surrealismo, de su crítica y de su adelantamiento, y también del arte en general. Esta crítica había precedido, y finalmente fundado, la de los movimientos y de las instituciones comunistas y “revolucionarios.
Podríamos resumir la IS modificando ligeramente la frase de Marx: los artistas sólo han pintado el mundo, ahora se trata de transformarlo. Aqui, los situacionistas son artistas en el sentido en que Marx es un filósofo.
No hay razón para limitarnos a la filosofía y al arte; la ciencia también, y muchas más cosas, cualquier forma de trabajo humano tiene vocación de cambiar el mundo. Esta voluntad de transformación no tiene por qué ignorar o rechazar la filosofía, el arte, la ciencia, etc., sólo critica su separación en el espectáculo mercantil.
De ninguna manera se cambia nada dejando de pintar, de filmar, de pensar, de trabajar, de investigar, etc. Se trata evidentemente de procurar que esta producción no se adapte a una oferta y a una demanda que hacen circular valores abstractos que sólo cuantifican la subordinación.
Tampoco se trata de dejar de vender y comprar cosas que tienen que amortizarse, como la revista o libro que publica este artículo; sino que, como los situacionistas hicieron, comenzando por sus prácticas artísticas, el punto es cultivar la colaboración más amplia y más libre sin dejarse desposeer o subordinar por nadie.
Knabb, de una nueva generación, nunca fue muy sensible al contenido propiamente artístico de la IS, no más que aquella lo fue a la cultura norteamericana. Sus propios gustos literarios y artísticos fueron a la vez más clásicos (según su propia confesión) y menos eurocéntricos. Pero esta cuestión de gustos evidentemente no importa demasiado.
Si dejamos de ver el arte como una actividad separada, ¿qué queda de una vanguardia artística, sino una vanguardia revolucionaria? La condición previa implica sin embargo otra concepción de la revolución. ¿Qué queda de esta, si ignoramos el arte?
De todas formas, no puede etiquetarse a Knabb como un mero seguidor de la IS, ni de Kenneth Rexroth, ni de la contracultura norteamericana. Como siempre hizo, sigue su propio camino sin preocuparse mucho de etiquetas o apariencias — digamos simplemente que su camino pasó por allí.
Esta manera de avanzar, sin intentar pasar por personalidad reconocida, ni hacerse portavoz, ni, aún menos, esconderse detrás del anonimato de un colectivo, es la mejor característica de Ken Knabb. Está también perfectamente de acuerdo a sus posturas.
De esto resultan otras dos cualidades distinitivas: una extrema claridad y una gran simplicidad. Cualidades que a la vez le distinguen de los situacionistas y le sitúan como uno de sus auténticos sucesores.
Por supuesto, la complejidad no es un vicio, pero tiende a provocar argumentos reactivos todavía menos comprensibles. Al final, depende de las competencias de los implicados en la discusión. De hecho, es más complicado desmontar un pensamiento simple y claro si es sólido. Y si bien es cierto que tiene debilidades, eso nunca ha matado a nadie. ¿Porque tendríamos que temer las críticas fundadas?
Por otra parte, hay muchas maneras de no comprender y en consecuencia de no ser comprensible. Incluso hay una que se presenta en forma de simplicidad. Cuando una publicidad reivindica para su producto la simplicidad, es en general una manera de decir que no hay que entender nada para utilizarlo, es decir, que es efectivamente incomprensible, y a menudo inutilizable. La publicidad política, cultural e intelectual no son excepciones.
Es sobre todo en este sentido que las teorías situacionistas no eran simples. En realidad, su complejidad fue exagerada. Nunca fueron difíciles de entender. Criticar estas teorías era además una condición de la adhesión a la IS. Por eso la mayoría de las posibles críticas de los situacionistas siempre habían sido respondidas con antelación, incluyendo su disolución final. Es por eso por lo que no hay situacionismo hablando con propiedad. La práctica situacionista era tan flexible y dinámica que ninguna doctrina fue capaz de tomar forma fija en los quince años de existencia de la IS; ni siquiera desde el tiempo ha pasado desde entonces...
En lo que representa su estilo más personal, su marca, Ken Knabb es a la vez sucesor de la IS y está muy distanciado de ella. Mejor dicho, lo que le caracteriza más — esa manera de situarse en el centro del mundo y de hablar con la mayor simplicidad — me parece paradójicamente también una señal de un cambio de época más general.
Las ideas nunca son totalmente separables de los que las formulan, de sus prácticas y de sus experiencias. Tampoco de la forma con la que se formulan y se difunden. Ken Knabb está entre los que han entendido y sobrellevado mejor la transición de una época a otra. Lo ha logrado sin haber hablado mucho de ello, como si los métodos adecuados y las técnicas fueran obvios.
Sabe utilizar perfectamente los recursos más personalesdel ordenador y de Internet, como los situacionistas habían llegado a ser maestros de las técnicas del folleto, de la octavilla y de la revista. Y como ellos sabe cómo ligar el contenido con los medios adecuados empleados. Todos sus textos están colgados en la web, en open source, y en diversos idiomas, en la página del Bureau of Public Secrets, así como las traducciones de la Internacional Situacionista y una buena parte de la obra de Kenneth Rexroth.
Podríamos sacar la conclusión, de que el cambio de época de la que hablo está determinado por las nuevas tecnologías de la comunicación, y quizás por las empresas que las comercializan. Seria olvidarnos que todo ya estaba establecido en la época del stencil y luego de la fotocopia. Sería ignorar, sobre todo, que ninguna tecnología le permite a la economía predecir cómo puede utilizar y para qué la podemos utilizar.
Cuando comprendemos cómo y para qué se pueden utilizar estas tecnologías, ya no presentan ningún problema. Si bastase con conseguir equipos y software muy caros, o de convertirse en un experto programador, esta comprensión sería más común. Los lenguajes de programación, el ordenador personal e Internet son herramientas excelentes para escribir y pensar, para permitirle a cualquiera ser el centro de una red en la que todos los que se unan puedan también ser el centro de la suya, para seguir su camino sin preocuparse por los que siguen el suyo propio, para que la libertad de cada uno refuerce, y no limite, la de todos... ¡Todavía es necesario (y casi suficiente) que la gente sepa qué quiere hacer con esta libertad!
Para hablar de mi propia experiencia, en muy pocas ocasiones he encontrado una manera más eficaz y más flexible de trabajar en equipo que con mis intercambios con Ken Knabb, particularmente traducciones. Aunque estábamos separados por un continente, nuestra colaboración contrastaba con la pesadez y la monotonía habitual en actividades semejantes en un marco más profesional.
Una vez más, tal observación podría parecer insignificante. A pesar de ello, me gustaría establecer un paralelismo con una cierta impresión de irrealismo que resulta de las teorías de Knabb y que él no hace grandes esfuerzos por ocultar. Porque, ¿qué hay finalmente de irrealista en sus posturas? Sólo que una nueva forma de organización del trabajo humano podría generalizarse sin esfuerzo y con buen humor general.
Por tanto este sabor “irrealista” no tendría que esconder este otro aspecto más práctico: este modo de organización, independientemente del hecho de que es más libre, más satisfactorio y más digno del hombre, ¿es más eficaz e inventivo? Si finalmente lo es más que la organización coercitiva y jerárquica que le pone obstáculos, tomará el tiempo que hará falta, pero se generalizará.
JEAN-PIERRE DEPÉTRIS
Octubre 2008
Versión española de Ken Knabb, lInternationale Situationniste et la contre-culture nord-américaine de Jean-Pierre Depétris, traducción por el colectivo editorial Aldarull. El mismo texto en inglés: Ken Knabb, the Situationist International, and the American Counterculture.
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